Las fotografías son mías y las frases resaltadas en color naranja son de Moussa Ag Assarid |
La diversidad cultural existe para que aprendamos unos de otros.
El Hassania es un dialecto del árabe, y es hablado en la región desértica del suroeste del Magreb, en este idioma existe una palabra de gran significado.
La palabra Tuiza significa solidario, colectivo y hace
referencia a reunirse, participar y construir algo entre todos.
Tuiza es un día de trabajo colectivo, una expresión de
solidaridad entre mujeres, ellas se unen y ayudan a quien necesita coser una
nueva jaima si acaba de formar familia, o a repararla y levantarla si el viento
la ha destrozado. A la enferma la
aligeran de las labores diarias y a la anciana la colman de cuidados.
Tuiza es fraternidad, ambiente pletórico de energías y
bromas.
Esto que estamos viendo es una jaima, un lugar de conversación,
de hospitalidad, de familia, que nos lleva a las raíces y la tradición de otros
pueblos, con su historia, su pensamiento, su moral y su vocabulario. Hay una frase muy hermosa que dice: “Entra,
hermano. Mi tienda es tuya”. En algunas zonas se dice: “Te has ido de tu casa, has venido a tu casa”
y también esa otra que dice: “Siéntete como en tu casa, pero no olvides que estás
en la mía”, con lo que el invitado no debe inmiscuirse en los asuntos de la
casa de su anfitrión. Esa forma de
acoger conlleva momentos vacíos de preocupaciones que Dios ha creado para que
las almas se encuentren, instantes que proporcionan un respiro, en el que
calmar los latidos del corazón, recuperar el aliento y mirar al cielo y su
promesa de más allá.
Cuando a finales de 1975, los saharauis tuvieron que
abandonar las ciudades para instalarse en el desierto, muchos de ellos lo
hicieron con lo que llevaban puesto. No
tenían nada con lo que montar refugios para guarecerse en el exilio. Las mujeres recurrieron entonces a sus
vestidos, atándolos a los árboles, con ellos levantaron la primera vivienda en
tierra ajena. En este espacio se recibe
al que llega, se le ofrece el té y en él se vive la cultura del desierto en sus
aspectos más íntimos, como el de la tradición oral, la música, el humor, la
poesía, la vida misma dentro de un campamento, porque la jaima es como una
tienda de campaña o casa portátil, que está destinada para albergar a una o más
personas, no hay intimidad, todos duermen, unos junto a otros, la gente se
arracima y no se echa de menos la falta de espacio, sirve para resguardarse de
la tormenta, cuando tiembla la naturaleza y el aire se estremece y en ella se
encuentra el aprendizaje de la ternura.
Las jaimas pueden pertenecer a la misma familia o comunidad,
representa la vivienda de los antepasados, el mantenerse juntos hasta en la
adversidad, puede que un día un pozo se seque y unas cabras esqueléticas no den
leche, pero siempre habrá una jaima junto a la hoguera de leños, y un rato de
conversación, pues todas las personas, aun siendo diferentes, tenemos en común
la palabra y en el desierto, la palabra se respeta, porque compromete y tiene
valor.
"Yo en mi campamento estaba rodeado por mis tías y primas,
todas ellas vestidas con amplios ropajes y hasta tocadas sus cabezas por un
velo. Todas las mujeres con su sencillez
de vida, el arroz, el ganado, la oración y el gran desierto. Siempre felices de ponerse guapas para una
fiesta o para sus maridos. Hacían
resaltar sus ojos con khol, peinaban sus largos cabellos con un peinecito y se
colocaban el velo, sea cual sea su nivel de pobreza, su nacionalidad o su
tradición”.
“Nunca seremos auténticos exiliados si sabemos encontrar
lugares que nos hablen de nuestras raíces”.
“Se vive siempre solo, con la fuerza de uno como único sostén”.
“ La hora del té es la hora más hermosa y tiene un inmenso
valor. El agua se pone a hervir y el té
se va convirtiendo lentamente en infusión.
Siempre, a pesar del cansancio, las tormentas, el calor del día o la
frialdad de la noche, sacamos tiempo para hacer té y beberlo juntos. Es uno de los momentos más sagrados, de auténtica
paz. La hora más hermosa es a la caída de
la noche. Cada uno cuenta cómo le fue el
día”.
Bajo estas tiendas o carpas vivieron los hebreos en el
desierto, durante cuarenta años y los árabes tomaron de ellos esta costumbre,
en las fotos podemos ver que es la tela atirantada con cuerda y nudos y no el
pelo de camello, el esparto o el palmito el material usado para su confección y
montaje. Las mujeres rigen la vida bajo
la jaima, pueden recibir a quien quieran y negar y ofrecer lo que quieran, en
ella se enseña a los niños a crecer y a
saber vivir tanto los buenos momentos como los malos, las familias hacen su vida
común, comen, duermen y pasan su tiempo libre, y en mayor medida es ocupada
permanentemente por la madre y los hijos.
Y aunque en el desierto no existe la certeza de comer al día siguiente,
nada impide compartir la comida con un viajero desconocido.
En las jaimas también
hombres, mujeres y niños se refugian del rij, ese viento del desierto, que a
veces como tornado, suele sacudir. El
interior es un confortable recinto, como una invitación, concebido al diálogo
con todos y una oportunidad de escuchar historias y teorías que no están
escritas en ningún sitio. Para estos
pueblos, la vejez es bella, porque es la historia de la vida de los hombres,
origen de sabiduría, por eso la palabra viejo es casi sagrada. Entre los relatos encontraremos alusiones a
la tierra, porque los hombres que viven de ella no cuentan las horas, aprenden
con paciencia y cuando algo no funciona, se pasan toda la noche delante del
fuego para hablar de ello o se va a la jaima de al lado a buscar a alguna
persona a la que confiarse.
“Hay que estar por entero en la naturaleza de la que se
procede. Si supieseis lo maravillosa que
es una flor que despliega sus pétalos para alguien que se ha pasado la vida
buscando una brizna de hierba”.
“En el desierto no hay muchas opciones, comemos arroz y mijo
y bebemos agua, cuando tenemos hambre y sed y no a horas específicas. Es el cuerpo el que decide”
“Pensaba en aquellos años de grandes sequías, volvía a ver
el ganado muriéndose de hambre, los campamentos poniéndose en marcha para
buscar nuevos pastos, tan a menudo abrasados por el sol”.
Me alegra saber que todavía quedan pueblos cuya vida se
mueve por motivos humanos, tan ajenos a nuestro mundo feroz, por ejemplo,
cuando se ha vivido la inquietud que genera el hambre, las sobras occidentales
hieren profundamente.
Estas telas reflejan muchas cosas: hay manos, juegos
infantiles, corazones, brazos en alto y esa es la forma elegida para hablar,
el motivo reivindicativo a través de un dibujo que nos lleva al respeto a los
ancianos, al cariño por los hijos y al amor por los semejantes y yo añadiría
uno más, el derecho a la libertad.
Mi intención con esta entrada es que sirva para explicar su
uso y contexto y olvidarnos de que no existe atraso cultural sino culturas que
sin haber desaparecido, son criticadas, tergiversadas, malinterpretadas, sin
que hayamos compartido experiencias con su gente y la cultura oriunda, por eso
conviene hablar sin prejuicios, errores y fantasías pues sabemos que en un
momento determinado la cultura europea se desligó de Oriente y ésta última quedó
como un ser subterráneo.
“En el desierto, desde nuestra más tierna infancia aprendemos
a escuchar las sombras. Podemos ver en
la noche porque ésta no es sino una de las caras de la luz, todos somos capaces
de ello, basta con escuchar nuestros sentidos”.
“Para los nómadas, cada gesto es esencial. No tenemos derecho a estar distraídos. Una torpeza puede hacer que se derrame el
agua de un cántaro, y eso, en pleno desierto, es grave. Una falta de atención puede acarrear
resultados fatales”.
“No cultivamos el olvido sino la memoria. Somos una sociedad de tradición oral, por lo
que, si la olvidamos, nuestro pasado se borra.
El olvido es una pequeña muerte”.
La jaima no es un modo de vida primitivo, es el hogar
tradicional de los nómadas del desierto, el hábitat del refugio, la simplicidad
más absoluta, el único cobijo. Mediadora
entre lo individual y colectivo, es la casa, por eso es el espíritu quien debe
cuidar lo que sucede en ella. Hay
sociedades que existen en un estado frágil, en desplazamiento o en las que los
derechos humanos están bajo amenaza.
“Las fiestas son instantes para compartir. En esos momentos en que se adivinan las
historias de amor, nos olvidamos de la sequía y del ganado enfermo para ser,
sencillamente, felices. Las mujeres
tocan el tendé mientras chillan y cantan.
Los hombres montan sus camellos y hacen carreras al ritmo de los
tambores. Todos vestimos nuestros
ropajes más hermosos para hacer honor a la tienda que nos acoge”.
En la primera fotografía podemos ver el techo, de construcción
textil, formado por benias, un tejido acrílico fino, y muy resistente y siempre
decorado con motivos geométricos multicolores y como cierre lateral de los
espacios, lo que sustituye a las pareces, podemos ver las melfhas, vestimentas
originales de la mujer del Sáhara. Las
propias mujeres de los campamentos diseñan y tiñen las telas, en este caso ha sido en Bojador.
El resultado, como podemos ver en estas fotos, es una gran pintura traslúcida,
acompañada de alfombras de rezo, moquetas de colores cálidos, cojines y
asientos forrados de brocado, que en su conjunto crean un espacio de descanso y
reunión.
“Según la tradición nos preocupamos antes que nada de
nuestra familia, desde ella ampliamos nuestro campo para alcanzar los rincones
más alejados. Si no sabemos cómo ayudar
a nuestros más próximos, no aprenderemos nunca a hacer nada por los demás”.
“Todos los años vuelvo al campamento de mi padre, donde una
vocecilla no cesa de preguntarme cómo es posible que, en el mismo planeta, haya
vidas tan opuestas. Los ojos de mi padre
me responden que la sabiduría se alimenta de los extremos”.
“En el desierto, no enseñamos las formas del cuerpo, sino su
elegancia, gracias a la suavidad y amplitud de las telas. De lo que se trata en primer lugar es de la
prestancia. El empaque de las mujeres se
enriquece con el movimiento y la caída de los tejidos. Un cuerpo vestido obtiene una especial aura
que atrae tanto al alma como a la vista”.