Queridos amigos: Llegué hace unos días de pasar una semana en el campo y volveré a escaparme mañana, todo invita a una vida de antaño que hoy queremos hacer nuestra, de allí traigo pegadas las voces de los niños del pueblo jugando hasta muy tarde, el olor de la barbacoa, las campanas de la iglesia, el ladrido de los perros, el claxon del vendedor ambulante, las esquilas de ovejas que pastorea Eduardo, el desayuno de leche fría y cacao muy batido, con medio tazón de espuma y bizcocho casero, el piar de los gorriones, la vida sin prisas, sin estrés, sin trabajos, acaso alguna preocupación justificada como la de cualquiera. La plaza llena de tertulianos por la mañana, aperitivo al mediodía en el teleclub, la música que sale de alguna casa que me hace tararear las canciones de los años setenta, la reunión para la partida a media tarde y como no me gustan ni cartas, ni tute ni julepe ni el siete y medio, se dice en el pueblo que no soy Domínguez, un apellido de buenos jugadores, nunca tramposos y siempre ganadores pero yo sigo en mis trece de romper la tradición negándome a jugar al rabino francés. En el pueblo no tengo Internet, hasta hace poco ni cobertura de móvil.
Apartada del blog he sacado provecho a mi vida de relax la cual se reduce a largos paseos al amanecer con mis prismáticos al cuello, entre espinos en flor, aliagas, espliegos, ginestas, té de roca, romeros, esparragueras, acederas y encinas...... y cual naturalista voy fotografiando tratando de identificar las huellas de los jabatos y los zorros, me acerco a los bebederos para las perdices y demás aves de la zona y así voy disfrutando del mundo campestre sabiendo que no hay mejor libro que el que la naturaleza nos ofrece, con todos los conocimientos y sin necesidad de herramientas a la par que descubro mi ignorancia sobre muchas cosas. En cada arroyo al que me acerco bulle la vida y como buena observadora cada paseo me resulta prometedor. Es un entorno mágico donde el mundo vegetal y animal resulta fascinante, un jardín especial que necesita un código de conducta respetuoso.
Salgo temprano del pueblo cuando todos duermen para encontrarme a algunos vecinos regando los huertos, a mi paso detienen su tarea y me siento a conversar con buen humor sobre infinidad de historias que nos hacen reír, algunos me regalan flores y se lamentan de la escasez de lluvia, alguien me ofrece tiernas calabazas recién cogidas que acepto con gratitud, otros me guardan bolsas llenas de perejil y orégano; cuando llego a casa los pongo a secar para molerlos al día siguiente y un penetrante olor a especias lo impregna todo, a continuación y después de comer viene la siesta, tan imprescindible como obligatoria en las tardes de verano desde que nací, luego la lectura de un libro lo bastante largo como para saciarme. Al caer la tarde se hacen presentes las golondrinas y después de la cena en la terraza espero pacientemente en mi hamaca a que la luna llena aparezca detrás de la montaña y así fue que hace unos días me quedé dormida bajo el cielo estrellado hasta que un ligero viento me despertó porque las noches de verano todo lo adornan y todo lo embellecen y en el feliz reposo, con calma y bienestar los sentidos se despiertan. Vuelvo pronto, no se vayan. Si salen de viaje no se olviden de meter en la maleta, felizmente disponible, el optimismo.