Repite: El mundo está en paz y yo también

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domingo, 9 de mayo de 2010

MI MEMORIA HISTÓRICA ( I PARTE). BELCHITE



Cuenta la historia que en Guernica hubo 1600 muertos, lejos de ser olvidados, el recuerdo no restañó y entre los escombros de Belchite (Zaragoza), arrasado e incendiado sucumbieron y fueron lloradas 6000 personas, alguien dijo que sus flores huelen a camposanto.
En la actualidad el pueblo viejo es testimonio de la violencia y la destrucción que se vivió, símbolo de una paz que deseamos sea duradera en el tiempo y para siempre. Belchite ha ido derrumbándose año tras año, ahora es cuando es viejo y ya nadie puede pedirle a gritos que resista.
Hoy escribo en su nombre omitiendo el verdadero apodo de dos personas, he leído que en 1964 ya no quedaba nadie en el pueblo viejo pues digo que muchos años más tarde de esa fecha yo visitaba una de las casas habitadas; imágenes las tengo pero he de localizarlas tan sólo he encontrado una relativamente reciente, la que ahora os presento.
Diré que cuando yo era niña y pisaba sus calles, el alma de los muertos y el dolor de los vivos todavía estaban frescos.
Mi abuela sabía cuidarse y fue llevando su enfermedad con paciencia y pocos lamentos, recordarla es hacerla inseparable del horno encendido haciendo repostería, especialmente el “brazo de gitano” y el turrón de guirlache. A mí me gustaba verla cocinar, tenía la costumbre de rebañar las sartenes y la cuchara de madera cuando mi madre hacía bechamel y esperaba al final para comerme la salsa sobrante, algo parecido ocurría cuando mi abuela batía la clara de huevo para hacer merengue y adornaba sus postres con anises de colores.
A la sombra de nuestro árbol venían matrimonios jóvenes con niños pequeños de nuestra edad y ancianos con sus nietos. Se hablaba de la guerra como si siguiera presente en todos los habitantes del pueblo, a mi entender nadie había olvidado. Ya se había construido un nuevo pueblo con el trabajo de los presos políticos, republicanos, unos 1000, yo no sabía lo que era un campo de concentración vigilado por centinelas, tampoco supe entonces que aquellos hombres no habían sido libres porque no tenían permitido volver a sus pueblos de origen ni lo fueron hasta 1945, eran los que saltaban las alambradas por hambre e hincando las rodillas en el suelo comían la remolacha desde la misma tierra, así lo escuché decir.
Las mujeres subían a hacer ganchillo, mientras, los pequeños disfrutábamos de la enorme suerte de poder jugar con trenes de verdad, auténticas máquinas de ferrocarril y vagones que la RENFE tardó muchos años en desmantelar en aquel tren minero de Utrillas.
Los bombardeos de ambos bandos hicieron que las viviendas se resintieran bastante, algunas se resquebrajaban y se hundían por sí solas, otras fueron demolidas para aprovechar la madera y las tejas.
En la mesa, durante las comidas y en las tertulias de sobremesa, los mayores hablaban del día en que les prometieron que sobre las ruinas se levantaría un pueblo. Hubo que elegir entre tener viviendas, dejando a la población en secano o la opción del regadío, las fuerzas vivas se decantaron por la primera alternativa.
Recuerdo aquella voz ronca de una mujer a quien apodaban “La L....”, que fue de las pocas familias que se resistió a marcharse del pueblo; muchos subían una tarde tras otra, durante el tiempo estival por su amistad con mis abuelos. Nuestro banco de madera era especial, debajo de un árbol centenario donde los chiquillos a veces escuchábamos charlar a los mayores hasta que al atardecer hacían acto de presencia los mosquitos que me comían viva. Pero las conversaciones de los adultos, a veces entrecortadas, con miradas de soslayo hacia los niños y con lenguaje en clave, no me pasaron desapercibidas entre alboroto, risas y juegos, de lo que oí cada tarde conforme fui creciendo, nada he de decir aquí, tan sólo creo que me sirvió para entender el significado de las palabras “cultura de paz” y saber que la maldad del hombre puede llegar a límites atroces,..... no era posible que eso que contaban fuera cierto pero a mí me parecía que no hablaban en broma.
Mi abuelo era un hombre muy serio, recuerdo que me enviaba al pueblo a comprar tabaco y librillos, a veces me entretenía más de la cuenta y a mi llegada lo veía liar despacito su cigarrillo mojando el papel con la punta de la lengua.
Algunos días visitábamos lo que quedó en pie del pueblo viejo, mezclados entre turistas que venían a ver el abandono que rememoraba la crueldad de una guerra civil. Podíamos acceder a las casas y ver lo que había sido la vida cotidiana de sus moradores, las casas ricas, las casas pobres, la farmacia, la iglesia de S. Martín, de la cual solo quedaba la techumbre y en la cual hizo su primera comunión mi padre, no necesitábamos cicerone.
Preguntábamos al abuelo quien era aquel señor al que llamaban “El G.”, un hombre con bastón que giraba sobre sí mismo y que había enloquecido, el abuelo no contestó nunca a nuestra pregunta pero nos daba mucha seguridad y ahuyentaba todos nuestros temores. Con sorpresa escuchábamos el tañido de las campanas anunciando un funeral y me entristecía la idea de la muerte, de la cual tenía referencias imprecisas, aquella campana hacía que mantuviera una visión poco asimilada sobre esta cuestión, tan negativa como los desvelos que me causaban el cielo y el infierno.
Mi abuela iba a las cuevas habilitadas por ella como gallineros, echábamos de comer a los pavos que criaba para matarlos en Nochebuena. Por las tardes nos llevaban al campo a recoger sandías, había que cuidar no sólo de no pincharse con los cardos sino de que no se cayeran al suelo para que el abuelo no se enfadara. Perfumábamos los armarios con membrillos y comíamos granadas con azúcar. Al anochecer jugábamos en las casas abandonadas de las cuales mis abuelos poseían las llaves, viviendas de uso y disfrute vitalicio debido a su oficio, aquella era mi casa de muñecas, tan auténtica como el tren, tenía amplios balcones y doble barandilla negra, como nadie se acercaba por allí estaba cubierta por plantas muy altas que yo llamaba “pelo de virgen”; en el ático se encontraba el palomar al que mi abuelo en ocasiones hacía alguna visita para coger los pichones que luego comería estofados con cebolla.
Nos llevaban en el carro hasta el Santuario del Pueyo para ver al santero y a su mono el cual pelaba con destreza los plátanos, el animal era su única compañía, muy temido por las mujeres que frecuentaban la capilla cuando se escapaba y saltaba de banco en banco. Del Santuario me desagradaban los exvotos, mi abuela nos enseñaba cualquier parte de la anatomía formando un extenso conjunto de ofrendas por alguna curación de enfermedades. Nos acercábamos a las higueras a recoger los higos frescos de la mañana y no es exageración decir que llenábamos un cubo de unos cinco kilos cada día, también teníamos algunos árboles caquis, cuya fruta sigue siendo mi debilidad.
A menudo, las telas de los baúles de la abuela me servían de disfraz para cantar o hacer teatro, el valioso teléfono antiguo de aquellos que sólo conservan los coleccionistas escuchaba las conversaciones que manteníamos los chiquillos llenas de imaginación, teléfono que había sido importantísimo para que mi abuelo recibiera las órdenes sobre el movimiento de los trenes y poder dirigir la apertura o el cierre de las barreras de los pasos a nivel ya que además de agricultor vivía de su trabajo controlando el tráfico ferroviario desde su puesto de señalización, leyendo las instrucciones sobre los cambios que debía efectuar y los horarios en que cada tren hacia su entrada y salida por cada vía, moviendo las agujas para regular la circulación.
Toda la estación completa para nosotros, con su inmenso reloj, su chimenea, una casa grande y coqueta a las afueras del pueblo, en una zona en que el terreno había tomado el color negruzco del trasiego del carbón, aquella tierra oscura me permitía hacer “chocolate” para alimentar a mis muñecas. En la pared del salón había una foto de mi padre y mi tío vestidos de marineros, encima del televisor, una perdiz de reclamo, la que no debe faltar en casa de un cazador, a mi me gustaba su canto pero un día me enseñaron que podía hacerse el canto de la perdiz con un cinturón de cuero y por increíble que parezca lo logré, de vez en cuando todavía lo intento con éxito.
La abuela pretendía que todos sus nietos engordaran a toda costa, nos preparaba filetes rusos que no era otra cosa que albóndigas planas, lo de ser rusos nada tenía que ver con ideologías políticas y por la noche competíamos a ver quien acababa antes de comerse la tortilla. Nunca supimos por qué motivo nos echaba brillantina en el pelo los domingos, para ella una costumbre que formaba parte del aseo. De noche nos decía alguna oración y nos cantaba una canción a Santa Bárbara si había tormenta, a veces nos entraban los murciélagos en la casa y mi abuelo que no era nada nervioso conservaba la calma hasta conseguir echarlo a una negrura en la que se oía el aullido y la proximidad de los lobos. Nuestro perro se llamaba “Tul” y la burra “Catalina”, a la que mi abuelo daba voces severamente; aquella que comía manzanas, nos llevaba a buscar agua a la fuente y a "La Chama", ayer un paraje de buena huerta y hoy una urbanización.
A la hora en que los abuelos dormían la siesta, el silencio en la casa era obligado, pero nosotros seguíamos en la habitación haciendo el dormido, jugando en voz baja, a unas horas en que las tupidas cortinas envolvían en la penumbra nuestro dormitorio; los trenes en sus vías aguardaban para invitarnos a subir, conducir la máquina, sentarnos como pasajeros o fantasear un viaje, seguro que de allí procede mi afición a esos andenes mamados en la niñez.

Unos buscan el olvido donde otros memoria histórica, pronto desaparecerán los testigos de una mancha negra de la historia, memoria la tiene, más allá de la última piedra de un pueblo sobre el que cayeron miles de bombas y más allá de la muerte de todos los que la vivieron en primera persona.

Y a propósito del río canta una copla: “....le llaman “Aguas Vivas” y su caudal es tan pobre, que lo cruzan las hormigas......."

11 comentarios:

  1. He encontrado este blog por casualida y tengo que decirte que me ha encantado tu relato.
    No sé si conoces mi web sobre Belchite... www.belchite.tk
    Saludos

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  2. Hola Ángel, no conocía tu bonita página, acabo de verla y pienso seguirla, gracias por informarme sobre ella, por comentar y por tu amor a la tierra.
    Saludos maños.

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  3. La verdad, me ha emocinado tú relato. La historia, es la historia y bien se merecen los muertos que personas, como tú has hecho, le dediquen un recuerdo. Te felicito.
    Un beso.

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  4. loli, un relato precioso, me encanta...es una maravilla haberlo leido.

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  5. Hola disancor, gracias por tus palabras, he querido darle un enfoque diferente, ni partidista ni cruel sino con ojos de niña, una niña que siendo ya mujer aún se le encoge el corazón.
    Un beso.

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  6. Marian, hemos coincidido con el mismo tema aunque desde otra perspectiva, ya somos varios este fin de semana.
    La infancia es la etapa de mi vida que siendo la más lejana la tengo mentalmente más cerca por sentimiento.
    Un beso.

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  7. Por tu memoria pasa este bello relato... fruto de una infancia de recuerdos sin maldad.
    Hoy, los que vivieron aquellos males en primera persona son muy pocos, lo que casi es mejor para que pasen esos momentos... pero los muertos tienen derecho a ser recordados y llorados por sus familias... y sabiendo donde encontrarlos. Solo se pide eso, un derecho que quieren negarles.

    Un abrazo.

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  8. Basta con haber sido niño en esas fechas para ver lo que un niño no debiera haber visto nunca y esos todavía viven.
    Las familias tienen derecho a saber la verdad, la suya personal porque versiones ya no hacen falta más.
    Pena que no crezca la nariz como a Pinocho.
    un abrazo Emilio.

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  9. Loli Interesante Post.

    Un Cordial Saludo desde Creatividad e imaginación fotos de José Ramón

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  10. Gracias José Ramón, no pierdas la sensibilidad y sigue creando tan bellas imágenes.

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  11. Loli, aqui te dejo esto.
    Por la Rehabilitación del Pueblo Viejo de Belchite, lo pegas en la casilla de google, me parece que tendrás que entrar en facebook.
    Muchas de las fotos son de Angel Peña Zafraned, el del primer comentario, si estás en facebook, ahí lo puedes buscar, es de Belchite pero vive en Barcelona.
    Ahora hace tiempo que no entro antes entraba bastante y comentaba, me duele mucho ver el pueblo as.
    Un abrazo.
    Ambar,

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